domingo, 17 de abril de 2011

"La Hormiga, el Saltamontes y el Hornero". Cap. II

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El Saltamontes reposaba sobre el alambre soleándose con las últimas horas del día. Estático, perceptivo, nada le preocupaba. La voracidad de la noche llegaría cantando la misma canción de siempre, una melodía triste, contaminada de lamentos y ausencias. El Saltamontes sabía que pronto debía marcharse, extender sus alas al viento y dejarse llevar por la corriente incesante de los días tras los días. El sol, lenta y diáfanamente se hundía detrás del horizonte, y los primeros grillos comenzaban a frotar sus alas en busca de sus doncellas. Nada le impedía al Saltamontes degustar lentamente los últimos minutos de luz, ni siquiera el Hornero que erguía su pecho cantando a viva voz, o las nubes caminantes grises y aguachentas, o la helada de la noche o los cazadores en vela. Él, quitecito sobre el alambre, disfrutaba de su bohemia y mansa forma de ser, alimentándose de sueños de luz, apaciguando sus instintos en cada nuevo renacer. Así que cuando el sol supo marcharse, el Saltamontes abrió los ojos, le sonrío al viento y se zambullo en él, hasta perderse entre los ligustros, esperando un nuevo mañana…


MaT

2 comentarios:

  1. así decía el gurú, y no hablo de del gran cazuza precisamente, "vivir no es preciso, naufragar es preciso" ;) y...hacerlo con calma!

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  2. muy muy muy
    me encanto...
    el lente y la palabra en el lugar indicado.

    Beso con suspiro de tarde gris y calma.

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