viernes, 22 de abril de 2011

"La Hormiga, el Saltamontes y el Hornero". Cap. III


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El hornero ansiaba la majestuosidad de la lluvia, añoraba la tierra mojada y el barro, para poder enfrentar un nuevo invierno en un sólido y confortable nido. Miraba las nubes grises y distantes y cantaba irguiendo el pecho, seguro, abriendo las alas, sintiendo el viento. La Hormiga seguía su labor incansable mientras que el Saltamontes aún se soleaba indefenso bajo el último sol del día. El Hornero sólo rezaba por un par de gotas que le ablanden la tierra, que conviertan la dureza del suelo en barro. Por eso miraba el cielo de reojo, aunando todas sus fuerzas con su canto, paciente, quizá un poco desesperado, olía la distancia entre la póstuma claridad del día y la impertérrita soledad de la noche. Sin pensarlo, extendió sus alas al viento, comprobó durante un segundo el funcionamiento correcto de todos sus músculos y partió hacia el horizonte, amalgamándose con el viento volando por el aire, a la espera de la lluvia, de la noche, dueño de todos y cada uno de sus recuerdos e instintos, que lo hacían libre, fugaz, como la vida, también como la muerte. Y en una melodía lenta y taciturna, se esfumó sobre el horizonte, mientras la Hormiga se escondía a la espera de un nuevo día en la oscuridad de su hormiguero, y el Saltamontes comenzaba su vuelo también perdiéndose en la distancia…

MaT


domingo, 17 de abril de 2011

"La Hormiga, el Saltamontes y el Hornero". Cap. II

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El Saltamontes reposaba sobre el alambre soleándose con las últimas horas del día. Estático, perceptivo, nada le preocupaba. La voracidad de la noche llegaría cantando la misma canción de siempre, una melodía triste, contaminada de lamentos y ausencias. El Saltamontes sabía que pronto debía marcharse, extender sus alas al viento y dejarse llevar por la corriente incesante de los días tras los días. El sol, lenta y diáfanamente se hundía detrás del horizonte, y los primeros grillos comenzaban a frotar sus alas en busca de sus doncellas. Nada le impedía al Saltamontes degustar lentamente los últimos minutos de luz, ni siquiera el Hornero que erguía su pecho cantando a viva voz, o las nubes caminantes grises y aguachentas, o la helada de la noche o los cazadores en vela. Él, quitecito sobre el alambre, disfrutaba de su bohemia y mansa forma de ser, alimentándose de sueños de luz, apaciguando sus instintos en cada nuevo renacer. Así que cuando el sol supo marcharse, el Saltamontes abrió los ojos, le sonrío al viento y se zambullo en él, hasta perderse entre los ligustros, esperando un nuevo mañana…


MaT

martes, 12 de abril de 2011

"La Hormiga, el Saltamontes y el Hornero". Cap. I

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Inspirado en la película “Bichos: una aventura en miniatura.” (A Bug's Life).

La Hormiga solitaria se arrastraba por el suelo crepuscular que tímidamente se asemejaba a la porosidad de la luna. Inalterable en su instinto, laboriosa y audaz, iba y venía dilatando el tiempo, en busca de algún tallo, de algún pedacito de hoja, que pudiera llevar a su colonia para alimentar a las miles de larvas que estoicamente producía su Reina. En su minúsculo mundo, la hormiga vivía bajo los limites de sus patas, y las pequeñas distancias que podía surcar bajo las horas diurnas en que el sol la hacía sentir viva. No le importaba que el mundo delante de ella fuera inmenso e inconmensurable, no era consciente de los peligros cercanos que podrían poner en riesgo su vida, algo la hacía trabajar por su comunidad aunque su existencia dependiera de ello. No tenía miedo, sólo un impulso imperturbable más fuerte que todo, sobrevivir… y hacer que otros sobrevivan gracias a ella. Así que sin pensarlo, ni saberlo, cargaba cincuenta veces su peso en alimento y solitaria y feliz, llegaba a la boca del hormiguero hasta perderse en su oscuridad segura. Luego salía al rayo del sol para emprender una y otra vez, el mismo camino. La Hormiga olió la humedad disuelta en el aire, enfiló sus antenas al sol sabiendo que la oscuridad de la noche pronto sucumbiría, así que se fue a dormir con sus hermanas hormigas, esperando un nuevo día, para degustar la monotonía que llevaba impresa en la sangre. Quizá esa noche estival y serena, soñara ser diferente… aunque los sueños nunca doblegan el vigor de la naturaleza.

MaT

domingo, 10 de abril de 2011

"El Nuevo Renacer"

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La vida es un camino solitario, marcado en la cerrazón del alma que vive prisionera, a la espera de emprender su propio camino, contaminado de incertidumbres. Y entre todas las falacias que gobiernan el universo, sólo existe una verdad verdadera, un haz de luz refulgente que limita al ser, a ser y padecer a lo largo de ese viaje (vida). En el camino se impregnan lentamente melancolías recurrentes, nostalgias pasajeras, imperiosas sensaciones de vivir al filo creyendo que así, todo será más rápido, menos vertiginoso. Anestesiamos nuestra alma de superfluas realidades, evadimos compromisos alimentando nuestros sueños, intentamos ser felices aunque el precio siempre sea demasiado alto. Será por eso que vivo desperdigando el tiempo, corro tras mis sueños, ahuyento soledades, me sumerjo en paralelismos insensatos escupiendo lo que definitivamente no puede tragarse. La vida debe ser masticada ruda y consistentemente, para sentir un poco el alma que nos vibra delatando fragilidades. Hoy camino hacia una nueva frontera, hacia un nuevo pasado que se está convirtiendo en futuro, miro hacia atrás y me sigue la misma melancolía surcando las mismas distancias, quizá ese sea el precio de vivir la vida, sentirse vivo y siempre demasiado solo.

MaT